"Sólo tres personas han silenciado Maracaná: el Papa, Sinatra y yo"
El día 12 de junio del año 2014
dará comienzo un acontecimiento que se intuye será uno de los mayores
espectáculos de la historia del deporte; el Mundial de Brasil de 2014. A poco más de 400 días para el
arranque del torneo de fútbol por excelencia, las expectativas son máximas,
quizá no andemos lejos de la verdad si nos atrevemos a decir que nunca un
torneo, independientemente del deporte, haya generado tanta expectación, pues
muchas son las ilusiones depositadas en este sueño mundial llamado fútbol que alcanza
su máximo esplendor durante 30 días. Una orgía futbolística durante un mes
entero, los mejores jugadores enfrentándose cara a cara por alcanzar un olimpo
en el que solo tienen cabida los elegidos, imagínense. El marco en el que se
desarrollará todo esto será Brasil, un lugar idóneo, por tradición y por cultura;
difícilmente encontrar un sitio mejor. El país que vio nacer a Garrincha, a
Zico, a Pelé, a Ronaldo y a Ronaldinho,
entre otros muchos más, acogerá la vigésima edición de la Copa Mundial de
Fútbol. La selección anfitriona, siempre favorita, encara la cita con el único
objetivo de coronarse campeona del mundo por sexta vez en su historia. Otro
resultado que no fuese la victoria de la canarinha supondría un fracaso y una
decepción para la selección que más veces se ha alzado con el trofeo, cinco en
total.
Brasil ya acogió el Mundial de
fútbol de 1950, fecha de horrible recuerdo para los cariocas, pues en tal
ocasión protagonizaron una de las situaciones más crueles que se recuerdan en
la historia del fútbol; el famoso Maracanazo. Uruguay y Brasil se jugaban en el
último partido de la competición el título, no se trataba de una final tal y
como conocemos ahora, pues en aquella época el torneo tenía otro formato, una
especie de fase final en el que el campeón saldría de un grupo compuesto por
cuatro equipos (Uruguay, Brasil, Suecia y España), no obstante aquel partido
alcanzó la categoría de final, ya que el vencedor se proclamaría campeón. El
escenario en el que se decidiría el torneo fue el mítico estadio de Maracaná,
en Río de Janeiro, ante más de 173.000 enfervorizados brasileños, la mayor
cantidad de espectadores jamás reunida para presenciar un partido de fútbol,
que daban por hecho el triunfo final de su equipo, y más cuando al poco de empezar
la segunda parte Friaça marcaba gol para los locales. Pero el fútbol es
caprichoso y no entiende de guiones previos, y en un abrir y cerrar de ojos,
Uruguay daba la vuelta al partido con goles de Schiaffino y Alcides Ghiggia,
ante la incredulidad general. No hubo tiempo para más, el partido finalizó y
Uruguay, que por aquel año contaba con 2 millones y medio de habitantes, se
proclamó campeón del mundo por segunda vez en su historia.
La inmensa alegría de todo un
país contrastaba con la absoluta desolación del otro; nunca un partido de
fútbol causó tanta tristeza, la amargura por la derrota fue tal que la
selección brasileña no volvió a jugar jamás con su uniforme clásico, blanco
entero con el cuello azul; hubo suicidios en Río y en todo el país, Brasil se
olvidó del fútbol y estuvo dos años sin volver a jugar un partido. Alcides
Ghiggia, autor del gol del Maracanazo, declaró en cierta ocasión: “Casi me
sentí culpable. Sólo tres personas han silenciado Maracaná: el Papa, Sinatra y
yo".
El fútbol es maravilloso por
cosas como esta, tiene la capacidad de cambiar el estado de ánimo de todo un país; de potenciar las
emociones y desatar pasiones. El verano de 2014 tendremos otro Mundial en
Brasil, otra oportunidad de emocionarnos, otra ocasión de tocar el cielo, otra
final en Maracaná. ¿Otro Maracanazo?
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